A veces no quiero ser la fuerte, solo que me abracen.
A veces solo quiero que alguien me abrace.
Que me ayude a unir los pedazos rotos sin preguntar, sin decir “todo va a mejorar” como si fuera una promesa escrita en piedra.
Que me abrace con los ojos cerrados, como si sostenerme fuera suficiente.
Como si mi tristeza no necesitara explicación.
No quiero consejos.
No quiero que me digan que soy fuerte.
No quiero escuchar que esto también pasará.
Ya lo sé.
Pero eso no alivia lo que duele ahora.
Solo quiero un “aquí estoy”.
Un “ya sé que duele, pero no lo cargas sola”.
Una mano que apriete la mía y me diga, sin palabras, que no tengo que ganarle a este día.
A veces no quiero ser la fuerte.
Quiero rendirme un rato.
Llorar sin pensar si eso es retroceder.
Caer sin que me digan que tengo que levantarme ya.
Sentir que está bien, no estar bien.
Porque ser fuerte también es eso, ¿no?
Reconocer que no siempre tienes energía para ser tu propia salvadora.
Que hay días en los que la única medicina es un abrazo honesto, un silencio compartido, una voz bajita que diga: “todo va a estar bien… y si no, aquí estoy igual.”
Estoy cansada de ser la fuerte. De tragarme el dolor y sonreír como si nada. De seguir, incluso cuando continuar duele. Estoy cansada de tener que mantenerme en pie, de tener que reunir los pedazos de lo que queda de mí y construirme nuevamente.
¿Pueden dejarme rendir? ¿Puedo hacerlo sin sentir culpa? Siento que si lloro es porque no estoy haciéndolo bien, porque no estoy saliendo adelante, porque estoy retrocediendo. Entonces, me aguanto las ganas de llorar, me trago las lágrimas y sigo, SIGO. Porque así es como tiene que ser, porque soy la fuerte y es lo que debo de hacer.
Pero no. A veces solo quiero llorar hasta secarme. Quedarme en mi habitación días enteros, sin salir, sin responder, sin tener que ser.
A veces solo quiero desaparecer unos minutos, volverme invisible, poder dejar que las emociones me consuman, tal vez así duelan menos.
Me puse la armadura por tanto tiempo que ya no sé si sé vivir sin ella.
Ser fuerte dejó de ser una opción y se volvió una obligación.
Pero hoy ya no puedo. Hoy me pesa. Hoy me aprieta.
Quiero quitarme la coraza sin que me llamen débil.
Quiero llorar sin tener que justificarlo.
Quiero pedir ayuda sin sentir vergüenza.
Quiero dejar de ser la que siempre puede con todo.
A veces solo necesito una mano.
Una que no tiemble, que no huya, que no me pida explicaciones.
Una mano que diga: “No hace falta que hables. Estoy aquí.”
Que me recuerde que no todo se rompe al llorar.
Siempre estoy para todos.
Pero, ¿Quién está para mí?
Soy la que responde mensajes a medianoche.
A quien puedes acudir cuando todo se desmorona.
La que escucha, la que contiene, la que se queda.
Pero cuando necesito que alguien llegue… no llega nadie.
Porque yo puedo sola.
Porque yo soy la fuerte.
Porque yo no me rompo, ¿verdad?
No saben que hay noches en las que duermo llorando, abrazando mi almohada, repitiéndome que voy a estar bien, porque nadie más lo hace por mí. No saben que hay días donde incluso existir duele, días donde no puedo ni mirarme al espejo, dónde incluso un suspiro me hace llorar.
Que hay días en que levantarme de la cama es una tarea imposible, que poco a poco estoy colapsando y nadie lo nota, hasta que explotó. ¿Es necesario llegar a eso? ¿Por qué no notan que me estoy rompiendo?
No sé cómo pedir ayuda sin sentir que estoy fallando.
Me acostumbré tanto a ser quien da, que ahora no sé recibir sin culpa.
Pero necesito que alguien se quede.
Que no se asuste si me ve rota.
Que no se aleje si hoy no soy luz.
Que no me deje si de repente la oscuridad me abruma.
No quiero consejos.
Quiero compañía.
Alguien que entienda que ser fuerte también cansa.
Que sostenerse sola termina dejando grietas que nadie ve.
¿Tú también te cansas de ser fuerte? ¿También finges que estás bien cuando por dentro gritas en voz bajita?
Y si tú también estás cansada de ser la fuerte… ven, lloremos juntas. No tienes que hacerlo sola.
Completamente, un simplemente “estoy acá” dice más que mil palabras