Taylor Swift: la voz que me acompañó cuando nadie más lo hizo.
You're on your own, kid… pero Taylor siempre estuvo de fondo.
Crecí con Taylor Swift como quien crece con una hermana mayor que siempre dice lo que yo no sabía cómo poner en palabras.
Taylor no solo es una artista que me gusta, fue —y sigue siendo— un lugar seguro. Una casa a la que puedo volver, sin importar cuántos años pasen o cuántas veces me rompa el mundo.
La primera vez que la escuché fue con Crazier, en la película de Hannah Montana. Tenía nueve o diez años. Y aunque no sabía nada de ella —ni su historia, ni su nombre, ni de dónde venía—, sentí algo. Fue como ver a alguien que, sin saberlo, ya formaba parte de mí. Como si estuviera viendo lo que quería ser de grande.
La canción se repetía en mi cabeza una y otra vez, me ganó la curiosidad así que investigué quién era, y cuando descubrí su nombre entré a Youtube y escuché sus canciones... de ahí, ya no paré. Escuché cada canción que encontré. Me enamoré de su voz, de su forma de contar historias. De lo que ella me hacía sentir.
Desde entonces, Taylor se volvió parte de mi vida. Crecí con su música de fondo, admirándola, soñando con algún día ser tan increíble como ella.
Cuando era niña probablemente no sabía lo que era la tristeza real, pero ya empezaba a sentirme rara. Demasiado sensible. Como si mis emociones ocuparan más espacio del que debía. Y justo ahí apareció ella: con su guitarra, su voz suave, su manera de mirar el mundo como si todo fuera mágico y frágil al mismo tiempo.
Taylor, sin saberlo, me regaló mi primer refugio. No fue solo su música, fue la manera en que hacía que sentir cosas bonitas o tristes no estuviera mal. Me dio permiso de soñar. De imaginarme contando historias también. Me hizo sentir que algún día, yo también podía brillar.
La adolescencia fue un caos. No me sentía suficiente, no sabía quién era, me rompía por todo, me juzgaba por sentir tanto. Había amistades que dolían, silencios que pesaban, y un montón de inseguridades que nadie veía.
Y ahí estaba ella. Siempre estaba ella.
Cada vez que sentía que el mundo no me entendía, aparecía ella. Su voz inundaba mis sentidos y bloqueaba todo lo malo a mi alrededor. Era como si ella tuviera un radar emocional sintonizado conmigo.
Yo era esa adolescente intensa que se enamoraba con miradas y escribía cartas que nunca enviaba. La que se sentía invisible. La que se comparaba. La que creía que no era suficiente. Y ella me hizo sentir que podía ser más.
Ahora tengo veinticuatro, y hay días en que me sigo sintiendo igual de perdida que cuando tenía trece años. El mundo adulto no es como pensé. A veces parece que ya deberías tener todo resuelto: carrera, pareja, estabilidad emocional, vida brillante en Instagram. Pero yo… sigo buscándome.
Taylor no es solo una voz que me acompaña. Es la prueba viviente de que podemos caernos, reinventarnos, sobrevivir a versiones pasadas de nosotras mismas y seguir brillando.
Porque Taylor sigue creciendo, y en ese proceso, me sigue enseñando que yo también puedo hacerlo.
Su música es un hogar. No importa cuánto cambie yo, o ella, o el mundo. Siempre hay una canción que me salva.
Fue mi inspiración para tantas cosas.
La motivación latente para ser mejor, para esforzarme y llegar muy lejos.
Empecé a escribir más gracias a ella. Escuchar sus canciones, saber que las escribía ella probablemente en noches de insomnio, me dio la fuerza para seguir escribiendo. Para perseguir mis sueños.
Desde ese momento Taylor nunca dejó de ser mi faro. Aunque yo no fuera una artista como ella, me enseñó que también podía contar historias. Que podía transformar lo que siento en palabras. Que sentir demasiado no está mal. Que brillar con lo que tienes es válido, aunque no sea en un escenario.
Ha acompañado mi vida desde entonces, mientras yo pasaba por desilusiones, amistades que dolían, momentos de sentirme invisible, sentir que no encajaba, ella sacaba discos que parecían escritos para mi versión adolescente. Y ahora para mi versión adulta.
Taylor estuvo ahí cuando sentí que no encajaba. Cuando me rompieron el corazón por primera vez. Cuando pensé que no era suficiente. Cuando el miedo a ser yo misma me paralizaba. Siempre había una canción suya que me ayudaba a entenderme. A no rendirme. A sentirme acompañada incluso cuando no podía ponerle nombre a lo que sentía. Aun cuando ni siquiera lo entendía.
En un mundo que me exigía ser fuerte, ella me enseñó que sentir mucho es válido. Que escribir sobre tus heridas es una forma de sanarlas. Que puedes reinventarte mil veces sin traicionarte. Que puedes ser mujer, artista, sensible, ambiciosa, rota y brillante al mismo tiempo.
Hay canciones suyas que me hicieron llorar cuando nadie me veía. Que me salvaron del vacío. Que me sostuvieron cuando no podía más. Y esa. Esa siempre será la magia de la música. Y sin duda alguna, la magia que la rodea a ella.
Y sí, han pasado los años. Pero aún la escucho como si fuera la primera vez. Con la misma emoción, con los ojos brillosos por la admiración. Porque Taylor no solo fue parte de mi adolescencia. Es parte de mi historia. Es la voz que ha sonado de fondo en cada caída, cada carta que nunca mandé, cada noche donde necesitaba un lugar seguro. Y cada vez que me levanté.
Ella me enseñó que escribir lo que siento sin filtros está bien. Que puedo gritar lo que siento, que no necesito ocultarlo. Que está bien si escribo sobre lo que dolió. Que no estoy sola en mi forma de sentir.
Taylor no solo fue inspiración. Fue compañía. Fue ese “no estás sola” que a veces tanto necesitaba escuchar.
Incluso ahora cuando más perdida me siento en mis 20's, ella sigue siendo mi compañía. Siempre vuelvo a ella. A sus letras. A su historia. Porque verla crecer, caer, transformarse y seguir creando... me recuerda que yo también puedo hacerlo. Que, así como ella se levantó y siguió yo puedo hacerlo.
Fui la adolescente enamorada cantando You Belong with Me con los ojos cerrados.
Fui la que sobrevivió a amistades rotas escuchando The Story of Us.
Fui la que escribió cartas que nunca envió con Invisible de fondo.
Fui la que aprendió a levantarse con Clean sonando en bucle.
Y ahora soy la adulta que, cuando se siente perdida, se pone You’re On Your Own, Kid y llora, pero sigue.
Me hicieron creer que era dramática, intensa, que todo lo sentía demasiado. Y por un tiempo me odié por eso. Pero luego la escuchaba cantar con el alma rota, con rabia, con dulzura, con esperanza. Y entendía que no estaba rota: estaba viva. Solo necesitaba alguien que me dijera que ser así también estaba bien.
Si mi vida fuera una película, la banda sonora sería Taylor. Al inicio sonaría Enchanted. En mi primer enamoramiento sonaría You Belong with me. En la escena de “ya no puedo más”, sonaría This Is Me Trying. Y en el final —cuando por fin me abrazo a mí misma—, sonaría Daylight.
No es solo una cantante. No es solo una estrella de pop. Es un refugio. Es ese lugar seguro al que volvemos cuando todo lo demás se tambalea.
Porque cuando te sientes sola, incomprendida, rota… hay una canción suya que te abraza. Cuando no sabes cómo poner en palabras lo que sientes, ella ya lo escribió. Ya lo gritó. Ya lo lloró por ti.
No me arrepiento de haber crecido con ella.
De haberle dado mis primeros sueños, mis miedos, mis ganas de ser alguien.
No me arrepiento de haber llorado con sus canciones, de haber escrito con su voz de fondo, de haber encontrado en ella un refugio cuando no sabía cómo sostenerme sola.
Mientras otros lo llamaban obsesión o ridiculez, yo sabía que no era eso.
Era conexión.
Era admiración sincera.
Era encontrar a alguien que me hacía sentir menos sola en un mundo que muchas veces no entendía cómo funcionaba mi corazón.
Y no cambiaría eso por nada.
Porque gracias a ella aprendí a creer en mí, incluso cuando todo lo demás fallaba.
No me arrepiento de haberle entregado mi infancia y mi juventud.
Porque ella no solo me acompañó… me levantó. Me impulsó. Me hizo sentir capaz de todo.
Ella me hace sentir vista.
Me hace sentir suficiente.
Me hace sentir imparable.
Y no soy la única que lo ha sentido.
Hay una chica que se sintió vista por primera vez al escuchar You're On Your Own, Kid. Otra que sobrevivió a su peor momento con Clean. Hay una niña que aprendió a no avergonzarse de sentir mucho gracias a Enchanted. Y una adulta que volvió a escribir después de años con Folklore sonando de fondo.
Taylor no canta para ser perfecta. Canta para ser humana. Para decirnos, una y otra vez, que no estamos solas. Que llorar está bien. Que amar intensamente no es un error. Que podemos sanar, incluso si lo hacemos lentamente. Aunque duela, aunque parezca imposible.
Su música es compañía. Es ese espacio donde puedes ser tú sin que nadie te juzgue. Donde no solo eres tolerado, sino celebrado.
Y eso tiene un impacto inmenso. En niñas que aprenden a valorarse. En adolescentes que creen que no son suficientes. En adultas que están reconstruyéndose desde el caos. Nos da el valor para ser frágiles. De ser brillantes. De ser todo lo que el mundo a veces no entiende.
Porque cuando el mundo es cruel, ella es consuelo. Cuando nos derrumban, ella nos canta para que recordemos que aún podemos levantarnos.
Y aunque ella nunca me haya visto, me ha acompañado de una forma que muchas personas no lo han hecho. Me ha enseñado que está bien no tenerlo todo resuelto. Que puedo ser frágil y aun así ser valiente. Que escribir, sentir, vivir con intensidad… es una forma de sanar. Me enseñó que sentir tanto no es una debilidad. Es mi superpoder.
Por mucho tiempo me hicieron sentir que ser fan de Taylor era algo de lo que debía avergonzarme.
Demasiado cursi. Demasiado “de niñas”. Demasiado dramático.
Como si lo emocional fuera algo que hay que esconder. Como si llorar con una canción o gritarla con el alma fuera una debilidad.
Y, sin embargo, nunca dejé de escucharla.
Nunca dejé de encontrarme en sus letras, incluso cuando me decían que no tenía “buen gusto”.
Porque crecer siendo fan de Taylor fue eso:
★ Aprender a sostener lo que me hacía feliz, incluso cuando el mundo se burlaba.
★ Aprender a no soltar lo que me daba consuelo, aunque me llamaran intensa.
★ Aprender que está bien amar algo con todo el corazón.
★ Aprender a abrazarme, aunque el mundo no sepa cómo hacerlo.
Que no todo tiene que ser cool, profundo o perfecto para ser válido.
A veces solo tiene que ser real. Verdadero.
Y Taylor, para mí, siempre lo ha sido.
Taylor es de las pocas artistas que he admirado y no me he alejado ni una sola vez —por no decir la única—, su música me ha tomado la mano cuando más lo necesitaba. Ella ha sido mi inspiración, mi ejemplo a seguir. Porque algún día me gustaría ser tan grande como ella.
Ser swiftie es parte de mí.
Durante años, Taylor ha sido mi espacio seguro. Su música me ha acompañado cuando no sabía cómo acompañarme a mí misma.
Porque ser fan de alguien que me hizo sentir menos sola, más viva y profundamente entendida... es algo que nunca me va a dar vergüenza.
Crecer a su lado, con sus canciones como guía, ha sido crecer acompañada. Y aprender poco a poco que ser yo está bien. Que eso es lo que me hace especial.
No hay y nunca habrá nada malo en admirar tanto a alguien, mucho menos si esa persona te ha ayudado a ser mejor. Ser fangirl no es ridículo, no es tonto. Es un sentimiento. Es vivir.
Tal vez tú también tienes esa canción que te salvó. Esa que te hizo sentir que alguien entendía lo que pasaba por tu pecho. Tal vez, como yo, creciste con la voz de Taylor guiándote sin juzgarte. Y si es así… entonces no estás solx. Nunca lo estuviste.
Me encantó leer tu texto, fue remontarme a la época donde me sentía completamente sola y la música de Taylor me acompañó durante tantos procesos. Empezar a escucharla no fue solo describir canciones, fue también descubrir personas que aún que estuvieran en un contexto completamente diferente había algo en común. A veces cuando las ideas en mi cabeza no tenían sentido, una canción de Taylor si.
Tu texto es increíble porque hablas de Taylor como no solo una artista si no como alguien cercano, que así es como la vemos los fans, sus canciones nos refugian y nos enseñan a seguir viviendo siendo nosotros mismos.