Una vez alguien me dijo «Un año es como tener una vida entera para hacer lo que nunca pensaste. Una nueva oportunidad.»
Y creo que, por fin, lo entendí.
Durante seis años sentí que mi vida se me escurría entre los dedos. Me veía estancada, incapaz de avanzar. Cada año traía un golpe emocional peor que el anterior.
Y dolía. De verdad dolía.
Eran de esos golpes que no se van, que se quedan ahí: presentes, latentes. Atormentandote día a día.
Los últimos seis años de mi vida eran como un sube y baja, una montaña rusa emocional, sucedieron cosas de las que debí sentirme orgullosa, que debieron hacerme llorar de felicidad pero no sentí nada. Entonces, me pregunté:
¿Estoy vacía? ¿Ya no puedo sentir? ¿Que pasa conmigo?
Y descubrí algo. En un año pueden pasar muchas cosas, tanto buenas como malas. Algunas pequeñas, otras gigantes.
La vida se compone de eso: de risas y lágrimas, de dolor y amor. De angustia y felicidad.
Siento que quién era hace un año y quién soy ahora son dos personas muy distintas, probablemente si se tuvieran frente a frente no se creerían que son la misma persona. Y no, no hablo de cambios físicos, no he tenido ni uno solo. Hablo de cambios mentales, emocionales, de lo que se lleva dentro.
Hace un año la idea de dejar de escribir se cruzó por mi mente un millar de veces. Me frustraba no poder finalizar ninguno de mis proyectos, me enojaba bastante pasar tiempo sin escribir porque no conseguía inspiración. Porque parecía que incluso las palabras estaban perdidas como yo. Este año finalice una historia corta, y cada que veo el manuscrito, no me lo creo. Llevaba años con ese sueño, años sin cumplirlo y posponerlo para el siguiente, pero finalmente este año se logró.
Si la yo de hace un año supiera que me atreví a participar en un concurso nacional —no gané, pero lo hice—, no lo creería. Tampoco creería que abrí una cuenta para reseñar libros, que subí una historia a Wattpad, que creé este espacio donde mis palabras ya no están escondidas, donde me leen, donde sienten conmigo.
Eso era algo que nunca imaginé atreverme a hacer. Me daba miedo.
Pero lo hice. Con miedo, pero lo hice.
Y creo, sinceramente, que ha sido de las mejores decisiones que he tomado.
Tampoco se imaginaría que hoy puedo mirarme al espejo sin asco, que me gusta lo que veo. Que mi nariz dejó de ser una obsesión, que puedo estar sin fleco y no morir de miedo por lo que digan. Que ahora me abrazo a mí misma. Que estoy aprendiendo a amarme tan fuerte que me duela menos existir.
Por años me comparé y me hice sentir insuficiente. Pero poco a poco he aprendido a mirarme a mí misma con otros ojos. Entender que mi camino es único, y que mis tiempos y logros no tienen que parecerse a los de nadie más, ha sido un abrazo al corazón.
Antes me costaba un mundo poner límites, decir “no” me parecía grosero o egoísta. Sentía que siempre debía ayudar. Que todos estaban antes que yo, y debía resolver sus problemas. Pero poco a poco he aprendido que cuidar mi espacio está bien, no estoy siendo mala. Es crecer, es sanar. Es elegirme a mi misma.
Creía que pedir ayuda era señal de debilidad o fracaso. Que significaba que no lo estaba haciendo bien, que me estaba fallando. Ahora sé que reconocer que necesito apoyo es un acto de valentía. Pedir ayuda, aceptarla, no te hace menos. Te hace más fuerte.
He aprendido que no es egoísmo dedicarme momentos para cuidarme y reconectar conmigo misma, sin sentir culpa. Leer, caminar, o simplemente estar en silencio me recarga y me ayuda a seguir. Tomarme un tiempo para mí misma no me hace mala persona.
Esa versión antigua no creería que fui valiente. Que dejé de esconderme. Que ya no me da miedo que me lean, que me vean, que me conozcan tal cual soy. Que estoy caminando —paso a paso— hacia ese futuro que ella soñó, ese que parecía imposible.
Sí, todavía me falta mucho por hacer, por sanar, por lograr.
Pero esto... esto ya es un avance.
No sé quién voy a ser dentro de un año. Pero si sigue siendo alguien que no se rinde, me basta. Me emociona conocerla. Ojalá sea libre. Ojalá se siga eligiendo.
Y sé que, algún día, todas mis versiones —la de hace un año, la de hace seis, la niña que fui, y la mujer que seré— van a mirar hacia este momento y van a sonreír.
Porque al fin, estarán viviendo un futuro que no duele.
Hoy sé que cada paso, por pequeño que sea, es una victoria. Que no necesito correr, ni compararme, ni tener todo resuelto para avanzar. Que ser valiente no es no tener miedo, sino seguir adelante a pesar de él.
Si esto es lo que he logrado en seis meses, aún tengo otros seis para construir la vida que siempre soñé. Hay un millón de posibilidades.
A veces nos cuesta prestarle atención a las cosas buenas que hemos logrado, a esos pasos por más pequeños que sean que hemos dado. Creemos que si no logramos algo grandísimo, entonces no hemos logrado nada. Pero, esas luchas internas, esas batallas silenciosas también son triunfos, también son logros y merecen ser celebrados.
No sé quién inventó la idea de que a cierta edad ya deberíamos tener todo resuelto. Yo solo sé que sigo aprendiendo a quererme. Que voy lento, pero voy. Y que no hay fecha límite para aprender a vivir.
No te presiones para tenerlo todo resuelto ya. La vida no es una carrera con línea de meta.
Cada pequeño paso que das, cada día que decides no rendirte, es un triunfo gigante.
Así que, si algún día sientes que te estás quedando atrás, que no has logrado nada, acuérdate:
Un año es como tener una vida entera para hacer lo que nunca pensaste. Una nueva oportunidad.
Hazlo. Atrévete.
Diseña tu nueva vida, y hazla realidad.
Hazlo por ti. Por quien fuiste. Por quien sueñas ser. Y por la versión de ti que, en un futuro, va a mirar hacia atrás y va a decir: "Gracias por no rendirte."
Porque la vida es eso, un montón de momentos imperfectos que, juntos, forman algo hermoso y verdadero.